"Antiguamente, la
faena de carnicero en oriente era considerada ruin y esta es la historia de un
carnicero."
Un carnicero vivía profundamente infeliz a
causa de su ínfima ocupación. Todo el mundo le desdeñaba, maltratándole y ofendiéndole.
Decidió visitar a un sabio conocido en todo el país para pedirle consejo. Éste
le acogió afablemente y le reaseguró de que no había nada malo en ser carnicero
y que, al contrario, tenía que sentirse orgulloso de su faena. También le dijo
que él mismo también había hecho un examen para acceder al ministerio, pero
había sido suspendido. Sin embargo por esto no se desalentaba. Contrariamente a
lo que se hace, es nuestro deber trabajar llevando a cabo nuestras faenas con
entusiasmo. Aconsejó pues el carnicero de que bendijera a los clientes con
frases de auspicio y de bienaventuranza, incluso cuando éstos le tratasen mal.
El carnicero siguió el consejo del sabio y, en poco tiempo, alcanzó un éxito
estrepitoso. Sus modales gentiles y sus bendiciones persuadieron a la gente de
que su carne llevaba buena suerte y que, incluso, podía curar enfermedades, por
lo que los clientes empezaron a llegar hasta de otras provincias para comprar
su carne. El carnicero se hizo riquísimo.
Un día, paseando por el mercado, se topo con
el sabio Maestro el cual, sentado en un puesto, vendía sus propios libros.
Arrodillándose ante el artífice de su fortuna, le preguntó qué estuviera
haciendo en ese lugar. El sabio dijo que había vuelto a intentar el examen sin
lograr aprobar. Debido a que su familia estaba cayendo en la pobreza se había
decidido a vender todos sus preciados libros para poder sobrevivir. El
carnicero, consternado, replicó que, de haberlo sabido le habría por supuesto
ayudado, ya que el dinero ya no era un problema para él. Fue así que, gracias a
la ayuda del carnicero, el sabio, liberado de las preocupaciones del
sustentamiento logró superar el examen para acceder a funciones públicas.
Al cabo de unos años el sabio, ahora primer
ministro, llegaba a la ciudad escoltado por sus soldados. Enterándose del
hecho, el carnicero intentó acercarse a su Maestro y amigo llamándole de entre
el bullicio para saludarle.
Seguro de que el ministro le había visto, no
se sorprendió por no haber sido recibido ante toda la multitud, ya que era
consciente de que todavía era sola y simplemente un carnicero. Sin embargo,
decidió visitar al amigo ministro más tarde, en el castillo, en la esperanza de
poder finalmente coronar sus tres grandes sueños: hacer estudiar a su hijo,
hacer vivir a su mujer como una respetable dama y librarse de la maldita faena
de carnicero para siempre. Se dirigió pues al castillo del primer ministro para
pedir audiencia, pero los guardias no le dejaron entrar. Sorprendido, recomendó
a los centinelas de que refirieran al ministro de que su amigo el carnicero
estaba esperando, dejando bien claro que le mencionaran su nombre y apellido.
No obstante los soldados no solo no le dejaron entrar, sino que le echaron a
patadas, amenazándole con que le arrestarían si volvía a presentarse.
Incidentalmente, añadieron que el ministro afirmó no haber nunca oído ese
nombre.
Incrédulo y desconcertado, el carnicero volvió
a su casa. Pero una vez llegado se encontró ante la sorpresa de ver su casa
totalmente quemada y arrasada. Los vecinos le dijeron que había sido obra de
los soldados del ministro y que probablemente su familia había muerto en el
incendio. En aquel momento el odio y el rencor se apoderaron del carnicero al
punto de llevarle a jurar venganza, a dedicar todas sus fuerzas para poder
hacer justicia. Empezó entonces un camino hecho de durísimas pruebas para ser
aceptado como discípulo de la más dura escuela de Artes Marciales de oriente y
tras años de entrenamiento, humillaciones, privaciones y sacrificios increíbles
sustentado únicamente por el poder del odio hacia su enemigo, se volvió
invencible. Expertísimo en el arte de la guerra y de la estrategia, se
convirtió en Maestro de espada, de lucha y de armas sin rivales.
Fuerte de sus largos años de duro estudio y ejercicio
realizados sólo por odio, volvió al castillo del primer ministro. Pidió
audiencia de nuevo pero nuevamente fue rechazado. A este punto desenvainó la
espada y se enfrentó a los soldados, que derrotó con facilidad pudiendo así
llegar hasta la habitación del ministro. Con la espada mantenida alta sobre su
cabeza, el carnicero de un formidable salto se acercó al ministro que estaba
sentado inmóvil. Con ademán amenazante el carnicero sentenció entonces:
"¿Ahora te acuerdas de mí?”Soy tu amigo el carnicero, he venido a tomar tu
cabeza en signo de venganza." Sin embargo, el ministro, en lugar de
temblar de miedo, sonrió contento y dijo: "Antes de matarme escúchame,
este es el momento que he esperado desde hace muchos años, cuando te conocí
solo eras un infeliz carnicero; ahora entras en mi casa como invencible
Maestro, durante largos años me privé de tu amistad para verte crecer hasta este punto." Seguidamente batió
las manos dos veces. Una puerta corredera se abrió dejando entrar en la
habitación un joven culto y apuesto el cual se arrodilló ante el carnicero
llamándole "Padre". Salió a continuación una mujer elegante y cuidada
que, vertiendo lágrimas de felicidad le llamó "Marido." Aturdido, el
carnicero preguntó: "¿Cómo es posible?, tú destruiste mi familia cuando
arrasaste mi casa hace años." El ministro le contestó mostrándole que
ahora sus tres sueños estaban ahora coronados. El joven hijo había podido
estudiar y la mujer había podido vivir como una dama y convertirse en una de
ellas. Pero sobre todo, él, el carnicero, gracias al odio que le había motivado
durante todos esos años, ya no era un carnicero, sino que se había convertido
en un gran maestro de armas.
Incrédulo el ex - carnicero lograba comprender
lo sucedido solamente entonces. El primer ministro había constantemente tenido
en cuenta sus anhelos y había hallado la manera de transformarlos en realidad.
No le había regalado una nueva profesión, sino que, cosa mucho más importante,
le había proporcionado la fuerza para crearse una por sí mismo.
El equilibrio entre el amigo y el enemigo.
Maestro Shin Dae Woung.
"Si acepto con paciencia mi baja condición y procedo a realizar mi entrenamiento, si no de la mejor manera, al menos al máximo de mi condición momentánea, puede ser que al final me encuentre mucho mejor y, quizás, haya recuperado también mi equilibrio"
ResponderEliminarShin Dae Woung